Antes, cuando la grabación era claramente analógica, no estaríamos escribiendo este artículo. Entonces, los instrumentos, las voces y los efectos de música se pasaban por una mesa de mezclas y se grababan en cinta.
Las mesas de Neve y SSL dominaban la época y es absolutamente cierto, aunque algo subjetivo que las configuraciones analógicas ofrecen una calidez y una saturación que aún hoy son muy deseables.
Si el dinero y el tiempo no son un obstáculo y se anhela ese ambiente y carácter analógico, entonces para muchos este es el camino a seguir.
Sin embargo, para los estudios domésticos y económicos, e incluso para muchas instalaciones profesionales, la tecnología digital tiene muchas ventajas para la música, entre ellas que es más rentable, más rápida e infinitamente más controlable. Y, lo que es más importante, permite conseguir una calidad de grabación de primera incluso con los presupuestos más modestos.
Así que una interfaz de audio es una de las primeras cosas que tendrás que considerar. ¿Por qué? Porque te permite introducir el material en el software de grabación, escuchar (monitorizar) lo que has grabado y convertir una señal analógica en digital para que pueda ser procesada por tu estación de trabajo de audio digital (DAW).
Más información sobre por qué necesitas una interfaz de audio
Vamos a suponer que tu objetivo es poder grabar, manipular sonoramente y reproducir varios instrumentos (y voces) a través de un software de grabación.
La verdad es que, aunque los ordenadores/dispositivos/tabletas tienen tarjetas de sonido integradas, son muy limitadas tanto en términos de calidad sonora como de conectividad. Por lo tanto, están bien para cosas de consumo, pero son inadecuadas para cualquier cosa que se acerque a la calidad profesional.
Por eso, una interfaz de audio es una forma práctica de introducir las entradas (guitarras, micrófonos, sintetizadores, voces, etc.) en tu DAW y escuchar el resultado a través de monitores o auriculares.
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